Mi abuela se ha ido
9 de junio de 2006
Mi abuela ha muerto, y ahora, sentado aquí, frente a la computadora, no puedo hacer otra cosa que recordar lo fuerte que ella era...
Más que cualquier hombre que haya yo conocido en la vida, más que un toro, más, incluso, que una ballena con esteroides.
El día en que murió estaba hospitalizada. Recuerdo que cuando entré a la habitación, abrió los ojos, giró la cabeza lentamente, y, mientras sonreía, me hizo señas con la mano para que me acercara a su lado.
Acudí de inmediato a ella, demasiado emocionado como para ver el momento en que cerró la mano y me arrojó un puñetazo en el medio de los ojos que hizo que cayera contra el armario.
Ella siempre solía hacerme esas cosas. Me levanté mareado, agarrándome la nariz, que afortunadamente (y como no es costumbre), sangraba sólo un poco y en consecuencia no me había roto el tabique otra vez ni me había dejado pedacitos de carne chorreándose por la cara. Más tarde me enteré que era porque ya le habían inyectado más o menos un litro de morfina.
Al principio, el doctor se mostraba reacio a seguir dándole más dosis, pero como ella no se quedaba tranquila, él cedía cada vez más.
Los resultados fueron en vano: cada vez que el hombre aparecía mi abuela se reía y le escupía en la cara. Lo interesante es que conseguía atinarle cuando él apenas abría la puerta del cuarto, no cuando estaba de pie cerca de ella. Supongo que cualquier persona se hubiera molestado, pero él sólo se mostraba impresionado, con cara de no saber qué hacer... ella tenía el don de causar esa reacción en la gente.
Cuando intentaron ponerle el respirador, mordió la careta y aplastó la boquilla de plomo con los dientes, diciendo que el oxígeno artificial es para gente afeminada que le gusta que le acaben dentro del oído.
Como es común en varios países, el personal de enfermería resultó ser algo mal educado, pero para mi nonna, eso nunca fue un problema: en el momento que pidió que le alcanzara el bolso y la enfermera se negó, le arrojó un puñetazo en el abdomen que la hizo desmayar. Para cuando la mujer se despertó en un quirófano dos pisos más abajo, le dieron la mala noticia de que había abortado.
Cuando el doctor le reprochó lo sucedido con el fin de hacerle ver que se había metido en problemas legales, ella se rió tan alto que despertó a todos los pacientes del piso y le provocó daño irreversible al tímpano de un recién nacido en el cuarto de enfrente.
Juro por Dios que es la mujer más fuerte que ha caminado sobre este mundo.
Recuerdo que todos los domingos me hacía ir a su casa a comer pasta recién salida del fuego. Todavía estaba burbujeando el tomate hirviendo cuando me obligaba a tragármelo todo y no dejar nada. Decía que comer comida caliente endurece el carácter de la gente. Una vez, cuando yo pasaba por mi etapa de rebeldía, me sorprendió soplando el pasticho, y me encerró en el horno por 5 minutos.
Volviendo al día de su muerte: ella dijo que no quería que nadie fuera a su entierro, que tampoco se hiciera un velorio, y que no quería que le llevaran flores de ningún tipo. Eso es lo que más me sorprendió: sabía que iba a morir, pero eso no le importaba. De hecho, en muchas ocasiones me dijo que estaba decepcionada, y que la muerte en sí estaba sobrevalorada: ella esperaba ver visiones geniales de demonios montados sobre pulpos deformes gigantes destruyendo la galaxia y violando ángeles, pero que todo lo que lograba ver era "una luz marica".
A veces, incluso, insultaba a su enfermedad y la humillaba porque era demasiado lenta.
Todo este revoltijo de cosas me puso a meditar mientras veía el techo... mi mirada se distrajo de pronto por un agresivo manchón de sangre seca y materia carnosa que estaba incrustada al lado de la lámpara. Tenía un parecido a como quedan los zancudos cuando uno los aplasta contra la pared. Por algún motivo ajeno no quise preguntarle directamente a ella qué era aquello, pero más tarde me enteré que todo empezó gracias a uno de esos proyectos de hospital al estilo Patch Adams para levantar el estado de ánimo de los pacientes terminales y que consistía en dejar que empatizaran con un animal... a mi abuela le tocó el gatito.
Al final, cuando llegó el momento decisivo, mandó a callar a todo el mundo, cerró los ojos, y decidió morirse un minuto antes de que la enfermedad terminara matándola a ella, para no darle el gusto.
Por eso fue que se murió sonriendo.
Creo que también murió sonriendo porque dijo que, de existir el Más Allá, quería probar a ver si era capaz de fracturarle la quijada al Arcángel Gabriel de una patada.
El momento más triste fue cuando fui a su casa y me di cuenta de que ella ya no estaba ahí, y que no la volvería a ver más.
Sin embargo, me alegré de encontrar un paquete con un lazo de regalo sobre la mesa, el cual llevaba escrito mi nombre: reconocí la letra de mi nonna al instante.
Se trataba de una caja con 23 casettes grabados con su voz, para poder seguir regañándome después de muerta. Les hice un respaldo en CD's, y los estoy escuchando.
Ahora, mientras escribo, estoy triste pensando en ella. Pero sé que cuando me muera, voy a volver a verla.
Y no sé cuándo llegará ese momento... ella murió el 06, 06 del 2006, el día del Epicentro de Lucifer en la tierra: mi nonna era tan jodida, que no podía haber sido de otra forma.
Dentro de muchos años, cuando mi alma ascienda hasta La Gloria, y la vea esperándome entre un panorama infinito de nubes blancas, abriendo los brazos para recibirme, correré hasta ella, pero sé que justo antes de abrazarla, va a cerrar la mano, y va a darme un puñetazo en la cara.
Simplemente Hermoso
ResponderEliminar